El nombre familiar es Portomeñe debido a que en Galicia existe la tradición de siempre tener un apodo o nombre para ser reconocidas las familias que moran en esa casa.
Hasta los años 60 en Portomeñe se dedicaban básicamente a la cría de mulas que se amaestraban para luego venderlas a los castellanos, que las utilizaban para labrar las tierras; sin embargo, en la familia, para la misma labor, utilizaban dos parejas de bueyes castrados. Posteriormente, en una búsqueda de sustento, se fue cambiando a ganadería vacuna de carne y leche, dado que en Castilla empezaron a llegar los tractores y dejaron de usarse las mulas gallegas como animales de trabajo.
En esta etapa la familia recibió varios premios de ganado en las Ferias de exposición y muestras ganaderas que se celebraban todos los años en Chantada en el mes de agosto, por las fiestas patronales. No obstante, fue una actividad que se pudo sostener solo hasta principios de la década del 70, en la que los padres de Xosé Manuel se vieron en la necesidad de emigrar a Suiza, debido a la crisis que en esa época azotó al mundo, y que marcó la vida de muchos otros gallegos que tuvieron que buscar una salida a través de la emigración.
Los padres de Xosé Manuel, Celestino Rodolfo Ledo García y María Digna Fernández Vásquez, pudieron regresar a Galicia aproximadamente 25 años después, luego de haber vivido la separación no solo de sus hijos, sino la de la tierra que tanto amaban. Aproximadamente dos años después, Xosé Manuel, viendo que en ellos aún vivía la añoranza hacia la casa y la vida en el medio rural, y aprovechando la cobertura de ayudas en proyectos de restauración que se impulsaron para rescatar y fomentar el Turismo Rural en las aldeas, inició el proceso de restauración de la casa, animado por su deseo de ¨devolverles¨ aquello que él entendió ¨ les había sido arrebatado¨. A partir de este momento comienza la aventura de la restauración en Portomeñe, apoyado por sus hermanos y un equipo de arquitectos, albañiles y carpinteros.
Durante la restauración de la casa, se respetó la arquitectura original. Dicho proyecto arquitectónico de restauración fue uno de los más valorados de ese año por la Xunta de Galicia; y el sacarlo adelante ha sido vital para la vida del edificio, ya que de otra manera hoy probablemente estaría deteriorada, y, por ende, perdida una parte de la historia de esta tierra.
La casa nació en el segundo corral, que corresponde a la zona del comedor. Esta es la madre. En esta zona antes se encontraban los animales, y arriba convivía la familia. De esta manera se aprovechaba el calor que emitían para calentarse en invierno. Según iba creciendo la familia, las casas gallegas se iban ampliando, y por ende desde que se construían, ya se prevía y se miraba hacia dónde se podían ampliar; ya que la costumbre era la de compartir juntos generación tras generación.
La combinación de la piedra, la madera, hierro y cemento son armoniosas. No hay nada que destaque más que otra. El conjunto está integrado, y la entrada al pasar el portalón, te lleva la vista directamente a la impresionante altura que tiene el primer corral que da acceso a ella. El entorno y el espacio generan una sensación de amplitud tanto en habitaciones como en zonas comunes, concepto que Xosé Manuel tuvo muy en cuenta como idea inicial, a la hora de distribuir los más de 1000 metros cuadrados que posee la superficie de la casa, planteando tales dimensiones como un #espacio en el que los huéspedes- en su gran mayoría procedentes de la vida en medio de ciudades, cuyos pisos normalmente son espacios reducidos- perciban esta sensación de mucho sitio disponible, aquí, en Casa do Portomeñe.
Una vez finalizada la restauración y desde los inicios de la explotación de la casa, sus padres Celestino y María Digna, jugaron un papel muy importante en el cuidado y mantenimiento de la casa y la finca, pudiendo disfrutar hasta sus últimos días de ella.
El objetivo de Xosé Manuel quedó cumplido, llevando de la mano una invitación al reencuentro, disfrute y unión de grupos y familias que recuerdan el ambiente y la sensación de felicidad y libertad que proporcionan la vida en las aldeas. Esa que hoy se pierde entre las ciudades.