Testimonio del proceso arquitectónico de la restauración de Casa do Portomeñe, hasta convertirla en el alojamiento para Turismo Rural que conocemos hoy en día.
Al pie del MonteFaro, no lejos de donde el RíoMiño y los hombres esculpieron la Ribeira Sacra, la aldea de Surribas se debate, como tantas otras, entre un pasado misérrimo y un futuro incierto.
Aquí los Ledo tienen, desde siempre, su casa. Pequeña en origen, acompañaría a la familia en todas sus vicisitudes, creciendo cuando esta crecía y entristeciéndose con su diáspora.
En 1995 se proyecta una nueva mutación (quizá aún no la definitiva) cuando el edificio es ya tan viejo que no puede morir.
Los arquitectos, acompañados por unos amigos albañiles, carpinteros, canteros, fontaneros, electricistas… y ayudados por los Ledo, fuimos durante muchos días de emociones, quitando lo que estorbaba, abriendo huecos allá donde la luz quería entrar, reparando lo que debía ser reparado e inventando lo que solo podíamos imaginar. Con nuestras propias manos transformamos viejos maderos en vigas y viguetas, con piedras levantamos y reparamos muros y con el barro de la tierra amasamos un sólido mortero.
Empleando materiales naturales o reciclados y evitando los agresivos, construimos un edificio amable con su medio, que, por utilizar el gas natural y la leña como combustibles calefactores, estar dotado de un completo sistema de depuración de aguas residuales y de una instalación de alumbrado que ahorra energía, prolongará su amabilidad de por vida.
Esta consideración la hicimos también extensiva al medio humano intentando que la actividad generada por el proyecto actuara como motor de desarrollo local sostenible. Por esto acudimos a la mano de obra del entorno y, siempre que fue posible, utilizamos productos elaborados o comercializados en la zona.
Mas en algún momento tuvimos que violentarnos. Por ejemplo, para resolver necesidades nuevas o para superar procedimientos constructivos ya perdidos. Aquí optamos por servirnos, sin disimulos, de cualquier recurso disponible actualmente. Por ejemplo, acero y vidrio laminados- utilizados para saturar una herida en la piel de la casa- o un nuevo y singular forjado: se trata de una losa fundida encima de un tablero hidrofugado de fibras de alta densidad apoyado todo ello en la vieja estructura. Conseguimos así estándares actuales de protección contra el fuego y de aislamiento acústico sin distanciarnos demasiado de los tradicionales forjados de madera.
En definitiva, ejercimos un modo de hacer arriesgado, nunca comprometido ni con procederes ¨historicistas¨- que reproducen fielmente las formas del pasado- ni tampoco con modos desconsiderados hacia ellas.
Optamos por una arquitectura buena, hija de su tiempo, creativa y por encima de todo sencilla, económica y no agresiva. Una arquitectura en la que la huella de los arquitectos es anécdota al lado del esfuerzo colectivo por hacer vivir este viejo caserón.
Que ustedes también vivan aquí muchos días de emociones.
Los arquitectos:
Plácido Lizancos Mora, Alfonso Salgado Suárez y Xosé S. Allegue Fernández.